2ª Med. “Loco de amor por su criatura”

(Sábado, 1-abril-06)

El profeta Oseas en el cap. 2 dice:

16 Por eso voy a seducirla; voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón.

21 Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión,

 22 te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé.

18 Y sucederá aquel día —oráculo de Yahvé—  que ella me llamará: «Marido mío»,

En la Escritura Dios se presenta como el Esposo e Israel como la esposa. El AT intenta reflejar con esta imagen el amor de Dios a su pueblo. Dios es fiel, es siempre fiel a su alianza, descrita en términos conyugales, pero sin embargo, Israel no corresponde a este amor de Dios. Y la misma Escritura nos presentará la imagen del adulterio y la prostitución para describir la infidelidad del pueblo de Israel. El AT presenta al pueblo de Israel como una esposa adúltera que se ha prostituido siguiendo otros dioses. La idolatría era un pecado frecuente en Israel. Bien pronto se olvidaban de Dios y seguían otros dioses falsos. Por eso el Señor dice:

16 Por eso voy a seducirla; voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón.

La iniciativa es siempre de Dios. Es Él quien dice: voy a seducirla. Y lleva a su esposa al desierto porque en el desierto no hay nada ni nadie. Es el lugar del silencio, de la purificación. No hay unión, no hay comunión, sin antes una purificación.

Jesús mismo en el NT asumirá y se aplicará a Sí mismo y a la Iglesia esta imagen nupcial. Así, habla a menudo del Reino de Dios como un banquete de bodas, o propondrá la parábola de las diez vírgenes que esperan al esposo. O el mismo Juan Bautista que se definirá a sí mismo como el amigo del novio, el amigo del esposo.

También el primer milagro de Jesús tiene lugar en unas bodas, en Caná, donde los importantes no son los novios, sino Jesús que es el Esposo y María, que hace presente a la Iglesia, la esposa, la nueva Eva. Es en Caná donde convertirá el agua en vino. Agua que es imagen de aquella primera alianza que tantas veces Israel había roto por su infidelidad, por su obstinación en el pecado. Y Cristo convertirá esta agua en vino que es símbolo de su sangre derramada que es la nueva y eterna alianza. Por eso es un detalle significativo y precioso cómo empieza y cómo acaba la vida pública de Jesús: empieza, con este primer milagro de las bodas de Caná, imagen del desposorio entre Jesús y la Iglesia, que hace presente María, nueva Eva, y acabará con Jesús en la Cruz y con María a sus pies que recibe la sangre de la nueva y eterna alianza. Por eso los Padres de la Iglesia se refieren con frecuencia a Cristo como el nuevo Adán, el Esposo, y a María como la nueva Eva, la esposa, que han sido desposados en el lecho de la Cruz, donde Cristo ha entregado su cuerpo a la esposa. Eso es la Eucaristía: verdadero banquete de bodas donde Jesús entrega su cuerpo y su sangre por nosotros para hacer alianza eterna de Cristo-Esposo con la Iglesia-esposa.

Jesús se presenta como el novio que ama a la Iglesia que es el nuevo pueblo de Dios. Y en la Iglesia a nosotros. Es la alianza de las bodas eternas de Cristo, el Cordero degollado con la Iglesia. La Iglesia y cada uno de nosotros es esposa de Cristo.

Los hombres importantes según el mundo se intercambian sus tarjetas de presentación con todos sus honores, uno es “ingeniero de no sé cuantas cosas”, otro “master en esto y lo otro” y así a ver quien colecciona más títulos y títulos. Pues para el cristiano todo eso es “basura”, como decía San Pablo, puesto que nuestros títulos de honor son, entre otros: que soy hijo de Dios y esposa de Jesús. Porque Jesús es el nuevo Adán y la Iglesia la nueva Eva, que vive de esa entrega amorosa que Jesús consuma en la cruz.

El Apocalipsis canta estas nupcias y acaba:

17 El Espíritu y la Novia dicen: «¡Ven!» Y el que oiga, diga: «¡Ven!» Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida.

La Iglesia, que se ha quedado con la prenda del amor del Esposo, que es el Espíritu Santo, gime anhelando la vuelta de Jesús-Esposo. Por eso la Iglesia espera la venida gloriosa del Señor, donde habrá el cielo nuevo y la tierra nueva, nuevo Paraíso del nuevo Adán, Cristo, y la nueva Eva, María-Iglesia, donde Cristo consumará las bodas eternas del Cordero con la Iglesia.

Toda la historia de la salvación –y nuestra historia personal de salvación- es una historia dramática. Porque es la historia de este amor más grande, que es el amor de Dios, que no es correspondido por la esposa. Primero por Israel, después cuántas veces cada uno de nosotros somos una esposa infiel como Israel. Nos prostituimos siguiendo a otros dioses, a otros ídolos, tantas veces cuantas ponemos cualquier cosa relativa por encima de Dios, el único absoluto.

Santa Catalina de Siena tiene una expresión preciosa:

¡Oh locura de amor! ¡Dios se ha enamorado de su criatura!

Se admiraba porque Dios no sólo de que Dios se hubiese enamorado de su criatura sino porque Dios no es un novio cualquiera, es un novio del todo singular, precisamente, porque es el que mayormente ama y al mismo tiempo el que es mayormente rechazado.

No hay ningún novio que haya sido tantas veces rechazado como Dios. ¿Cuántas veces nosotros mismos no hemos dejado plantado a Dios? ¿Hay algún novio sobre la faz de la tierra que haya recibido tantas calabazas como Dios nuestro Señor?

20 Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. (Ap 2)

¿Cuántas veces no le hemos cerrado la puerta de nuestro corazón?

El primer mandamiento que nace de la escucha de Dios es bien sencillo: amar a Dios sobre todas las cosas y ¡cuántas veces acabamos amando un montón de cosas antes que a Dios!

Pero Dios está loco de amor por su criatura. Y si para el hombre el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas, Dios libremente se ha querido imponer a Sí mismo un mandamiento: amar al hombre sobre todas las cosas. Y Él sí que lo cumple. Dios sí que ama al hombre por encima de todas las cosas. No hay ninguna criatura que sea tan amada como el hombre, incluso todas las otras criaturas son para el hombre, son regalo de Dios por su amor al hombre. Y no acaba aquí, la locura de amor lleva a Dios a morir por su criatura, al extremo del amor. Por eso Jesús en la Última Cena dirá:

sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. (Jn 13, 1)

Veamos algunos ejemplos: los novios regalan cuatro florecillas a sus novias, y las novias se ponen contentas y se emocionan, total, son cuatro florecillas; Dios, por amor, nos regala no ya cuatro florecillas sino toda una creación, y nosotros ni caso. O los novios que les prometen a las novias que serían capaces de ir a la otra punta del mundo por ellas… y después no mueven un dedo. Nuestro Dios, por amor, no tan sólo ha venido de la otra punta del mundo sino que del cielo ha bajado. O los novios que a las novias dicen que mucho se sacrificarán por ellas… y después cómo les cuesta renunciar a algo... Nuestro Dios, por amor, se sacrifica hasta la muerte y muerte de Cruz. Dios ha derramado su sangre por nosotros. ¿Dónde encontraremos alguien que se haya sacrificado así por nosotros? ¡Los cristianos estamos tan acostumbrados a ver a Jesús clavado en la cruz, que ya no nos dice nada! Hay que renovar la mirada. El Espíritu Santo nos la purificará. Para volver a mirar a Jesús en la Cruz y reconocer en ella la prueba mayor del amor de Dios. Dios se ha enamorado locamente de mí y se ha impuesto amarme por encima de todo. Llega hasta derramar su sangre por amor a mí.

A veces somos muy ingratos con Jesús-Esposo. No hay un amor tan grande y al mismo tiempo tan poco correspondido. No se trata de no matar o no robar, sino de corresponder al amor primero de Dios. El Papa en su encíclica ‘Deus charitas est’ toma una cita del apóstol San Juan como sintetizando lo que es la vida cristiana:

Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. (1Jn 4, 16)

Todos nosotros en mayor o menor medida tenemos experiencia del amor de Dios. Hemos conocido el amor de Dios. Y tanto más Dios nos lo hará conocer si somos dóciles, si somos fieles. Pero a veces, cómo nos cuesta creer en este amor crucificado y omnipotente de Jesús.

Dios se acerca, insiste, espera una y otra vez, gime, suspira de amor por nosotros, grita, se abaja, se humilla ante su criatura, llama a la puerta y como un mendigo suplica nuestro amor. Y eso sí que es fortísimo, es una paradoja inmensa: que Dios se haya hecho mendigo de nuestro amor, del amor de su criatura, cuando habría de ser al revés: que la criatura mendigase el amor de Dios.

«Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.» (Jn 4,10)

Dios no deja de acercarse a nosotros de buscarnos, de salir a nuestro encuentro. Hasta el punto de que se deja maltratar. No le importa recibir insultos ni azotes. Sólo le duele no verse amado. Y llega hasta la locura del amor mayor: sufrir hasta morir de amor, sufrir hasta morir de amor. Por eso el que ama, está dispuesto a sufrir. El que ama sufre por amor, por eso el que los cristianos rehuyamos tanto la penitencia y el sacrificio es sencillamente porque amamos muy poco o casi nada. La capacidad de sufrimiento manifiesta la capacidad de amar. Jesús llega hasta el extremo del amor y por eso llega al extremo del padecer, su Pasión es en primer lugar “pasión de amor”. Jesús dejando sus brazos abiertos en la cruz manifiesta que su amor por cada uno de nosotros estará siempre igual aunque nosotros no correspondamos.

Los santos han intuido el dolor más hondo del corazón de Dios, el del amor que no es correspondido en su amor. Hay un momento en la vida de san Francisco de Asís en el que él siente la necesidad de salir por la calle y gritar como un loco:  ‘el  Amor  no es amado, el Amor –Dios- no es amado’.

San Juan de la Cruz tiene una poesía, que se titula “El Pastorcico”, donde presenta a Jesús como el pastorcico que ama a su pastora que es la Iglesia, que somos cada uno de nosotros.

Un pastorcico solo está penado,
ajeno de placer y de contento,
y en su pastora puesto el pensamiento,
y el pecho del amor muy lastimado.

No llora por haberle amor llagado,
que no le pena verse así afligido,
aunque en el corazón está herido;
mas llora por pensar que está olvidado.

Que sólo de pensar que está olvidado
de su bella pastora, con gran pena
se deja maltratar en tierra ajena,
el pecho del amor muy lastimado.

Y dice el pastorcito: ¡Ay, desdichado
de aquel que de mi amor ha hecho ausencia
y no quiere gozar la mi presencia,
y el pecho por su amor muy lastimado!

Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado
sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos,
y muerto se ha quedado asido dellos,
el pecho del amor muy lastimado.