6ª Med. La abnegación.

Vamos a ver más detenidamente de que se trata la abnegación.

Lo que siempre nos mueve es el amor de Dios que nos pone Él. La abnegación se apoya en las virtudes teologales. Las virtudes teologales son las que inmediatamente me unen con Dios. Por eso se llaman teologales. Cuando yo voy creciendo en las virtudes teologales, me voy uniendo más a Dios, y me descubren todo lo que me impide no unirme con Dios. Fijaos que entonces viene la abnegación, en la forma que por ejemplo habla san Juan de la Cruz, la mortificación: el morir a mí mismo. En primer lugar hemos de considerar que la negación, no niega nada. Lo que hace es sacar estorbos. Nos va afirmando en Cristo. Nos va haciendo, uniendo a Cristo. Porque lo que está tirando de ahí, son la fe, la esperanza y la caridad, que nos mueven a unirnos con Cristo. No está negando propiamente sino afirmando nuestra personalidad: lo que el Señor quiere hacer con nosotros. El hombre viejo, eso lo siente como negación. Siente como que le están matando. Pero en realidad, es necesario sacar los estorbos que están en medio, que no me dejan llegar al fin.

De ahí la abnegación. La tendencia nuestra es autoafirmarnos. En las criaturas. Esa tendencia nace de unos afectos desordenados. Los afectos desordenados que tengo a las criaturas que llenan mi corazón, mis inquietudes, mis deseos, que sin ser malos en un principio, están desordenados. No están puestos en el orden que Dios quiere. Así tenemos que optar entre al amor a Cristo o aquello en lo que yo tengo el corazón. Si opto por Cristo, el obstáculo se irá: lo niego, lo quito. Y el afecto desordenado se pone en su sitio: donde le corresponda. Por eso decimos que es más bien una afirmación de Cristo que me quiere unir a Él. Entonces, las virtudes teologales tienen su asiento en las potencias del alma. Entendimiento, memoria y voluntad. Donde se asientan fe, esperanza y caridad.

Está la abnegación de los sentidos y la del espíritu. De la vida sensible más o menos quizá ya controlamos y ya nos han hablado. Del olfato, tacto, oído, etc. Ahora vamos a tratar de la abnegación de las potencias espirituales.

El entendimiento. Donde se asienta la fe. Cuando el Señor entra en la vida de la Samaritana, siempre la está sacando de sus casillas, y la está negando de su propia manera de pensar, de su manera de razonar. Eso es lo que el Señor hace cuando nos mete en la fe. Cuando estamos viendo con ojos de fe, el Señor siempre va más allá. Y fijaos que eso nos revela criterios intelectuales que tenemos en nosotros que quizá no los formulamos, pero que los tenemos. Que están dentro de nosotros y nos impiden recibir la vida que el Señor nos quiere dar. El Señor nos quiere unir por la fe: es decir, ver como Él ve. Por la fe nos revelará las cosas que en mi inteligencia hay que me están impidiendo mi vida de unión con Cristo. La Samaritana, le va poniendo excusas, porque tenía sus criterios. Si tú eres judío, si yo soy mujer, … Pues igual nosotros tenemos nuestros criterios. Que niegan la Palabra de Dios. Y el Señor quiere removerlos porque en el momento que estamos impidiendo que esa Palabra entre en nuestros corazones, con la verdad que ella lleva, no nos dejamos unir a Cristo. Ir viendo los criterios que puede haber en nuestro corazón. Toda Palabra de Dios, a medida que va entrando, siempre nos va dejando ver criterios que nos alejan. Nos va dando luz. Y los va sacando. Hay que ver lo que dice el Evangelio que no está de acuerdo con nuestros criterios. Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo…

Lo que no me hace persona, lo que no me hace como Cristo, son esos criterios, esas barreras, impedimentos que ponemos al amor de Dios. Eso es lo que niega. Lo otro afirma. El Señor siempre está diciendo un sí sobre nosotros. Ir viendo criterios. Por ejemplo: Dios no quiere que sufra. ¿Dónde dice eso en el Evangelio? Llevó a su Hijo a la Cruz. O cuando hago una cosa bien, me gusta que lo reconozcan: ‘lo que hace tu mano derecha…’

El mérito es del Señor.

Si cogemos el Evangelio, van saliendo cosas. Impedimentos que quedan a la vista. Y que no nos dejan avanzar. La fe da luz y yo tengo que elegir: el criterio que yo tengo, o la Palabra de Cristo. Si escojo la Palabra, me uno más a Él. Si no, bloqueo el chorro de agua viva que el Señor me quiere dar.

La memoria que se asienta sobre la esperanza. La memoria recuerda las cosas del pasado. Y a la mínima la tenemos ahí, sacando las cosas del pasado. Y además es que según los recuerdos que tengo del pasado, hago y deseo. Según lo que he vivido, deseo. Ejemplo: he tenido tres novias. Y la primera me dio calabazas, la segunda peor aún. Y la tercera ya me deja para el arrastre. ¿Cuál es la experiencia? De desastre. Si viene una cuarta, pues no querré saber nada. Mi memoria del pasado me está condicionando al futuro. Eso es lo que hace la memoria cuando no está asentada en la esperanza. Me bloquea. Y me paraliza. Otro caso: un día, una persona me ha ofendido: me queda esa mala experiencia, esa herida dentro. Y ¿qué hago? Pues estoy ahí como un gato, lamiendo la herida. Y la herida no se cierra. O permanece ahí, escondida. Quizás soterrada, pero está. En cuanto aparece una experiencia que me la recuerda, o me vuelvo en contra, o me desanimo. El mismo caso. Me viene una cuarta novia y lo rechazo porque tengo esa mala experiencia. O lo contrario, me viene una chica hablando y le digo: no quiero ser tu novio, y resulta que no quiere ser novia de nadie, pero yo ya me pongo en guardia. La memoria está juzgando: me paraliza o lo destrozo: no me deja avanzar. Y ver que la memoria alimenta mis deseos y las expectativas. Mi deseo es ser el director de la empresa. Haré lo que sea para llegar a eso. Y si un día viene el gerente, como tengo la experiencia de que si hago la pelota, consigo las cosas y me salgo con la mía. Y llega el gerente, y le hago la pelota. Él está contento. Y los demás dirán: ¡qué caridad! Pero ¿qué hay en el fondo? un deseo oculto. Lo estoy haciendo porque me está moviendo mi deseo, condicionado por la memoria. Yo quedo la mar de bien, pero sé lo que me mueve en realidad. Pues la esperanza, mortifica todo eso. Niega todo eso. Todos mis deseos, mis expectativas. Porque va poniendo los deseos y las expectativas en orden. A medida que el amor de Cristo va entrando en nosotros vamos deseando lo que Cristo desea.

¿Qué desea Cristo? ¿Qué pone en mí? El deseo de Cruz. Entonces no le voy a hacer la rosca a mi jefe. Me importa tres pitos. Si me lleva a la Cruz, pues mejor. En todo. Ya no nos mueve el deseo escondido, sino el deseo que Cristo ha puesto en nosotros. Está negando esos deseos escondidos que tenemos. Hay que ir viendo los deseos que tenemos que chocan con los deseos de Cristo. Viendo por ejemplo las Bienaventuranzas, porque ahí se expresan los deseos de Cristo: Bienaventurados los pobres, los que lloran…

Y esos son los deseos de Cristo que nos los irá poniendo a nosotros. Y que irán negando muchas cosas. A ver qué deseo yo. Cuando entramos en la pobreza, ir viendo cómo lo vivimos. Y por qué tengo esos deseos. Porque os irán revelando criterios que están impidiendo uniros más con Cristo. La Samaritana descubre al Señor cuando le pide de beber. Mientras tanto no ve nada. Estaba tan tranquila con la vida que llevaba.

La voluntad que se asienta en la caridad.

La voluntad no es una fuerza. Se asienta en la caridad. Se mueve por el amor. Es el amor el que mueve la voluntad y no la fuerza. La fuerza del amor. ‘Es que esto lo tienes que hacer por fuerza de voluntad.’ Mentira gorda. Eso lo dicen los mandones y los tiranos. Quien ha estado viviendo así durante años, la voluntad tiene la fuerza de la soberbia. El Señor nos deja a ver hasta dónde llegamos, con nuestra ‘fuerza’ de voluntad. Pero gracias a Dios, por ejemplo, el Señor nos da que nuestra naturaleza es finita. Y se va deshaciendo, y nuestras fuerzas se van debilitando, y uno se queda sin fuerzas. Eso es muy bonito verlo, cuando una persona mayor ha estado trabajada por la gracia, o ha estado reprimiéndose toda su vida, por la fuerza de voluntad.

Cuando las fuerzas desaparecen: las que han estado asentadas en mi propio yo, que me he autoafirmado, empieza a salir todo. Y esa bestia que hay en mí, que no ha estado purificada por la gracia, porque no le he dejado, y sale toda la bestia. Pero fijaos, que una persona que ha dejado que la gracia la trabaje, qué paz transmite. Y cómo vive las enfermedades, cómo vive entonces la vejez, con qué gozo. Lo ves, que está transformado por la gracia, porque no ha puesto resistencia a la gracia: ahí está el secreto de la abnegación: a no poner resistencia. En el fondo la vida cristiana es simple: es dejar a Él que haga.

Y así cuanto más vivimos la fe, la esperanza y la caridad, eso nos une directamente con Dios y va negando, sacando de en medio todo lo que no es suyo.

El Señor entra con su caridad y encuentra que tenemos muchos amores: como la Samaritana. Que tenía 5 maridos… Esos maridos representan las ataduras del corazón. Tiene otros dioses. Su amor está volcado a otras cosas, y está apegada ahí. Y el Señor le descubre su pecado. Es el Señor el que le descubre, le saca a la luz el pecado. Para que lo reconozca. Y eso mismo hará con nosotros: primero nos lo descubre. Cuando el Señor va descubriendo su amor, nos va descubriendo que todo lo demás no es, pero Él sí que es. Entonces la voluntad va hacia donde el amor le está llamando. Porque el amor tiene predilecciones. Hace que también nosotros tengamos un amor de predilección por Él, y va situando todas las demás cosas en su sitio. Él primero, y después las demás cosas, ordenadas.

Pues habrá que ver nuestros amores. Por ejemplo mis cualidades. A lo mejor estoy enamorado de mis cualidades. O lo que sea. Hay que ver que sólo un amor más grande desplazará los otros amores.

Todo es don. No somos nada. Hay que reírse de nuestras tonterías. Luego el Señor te lo hará pasar mal, para mostrarte los apegos. Y que te des cuenta de lo que vale. Y te va enseñando humildad, para unirte más a Él.